Helena Tatay
Cartografías contemporáneas, dibujando el pensamiento
El ser humano siempre ha necesitado proyectar y construir estructuras para entender el caos que es la vida. Los mapas fragmentan la realidad y nos permiten presentarla en forma de tablas. De esta manera, traducimos y codificamos el espacio físico, pero también el conocimiento, los sentimientos, los deseos y las experiencias vitales.
Representar la tierra en un plano, proyectar un objeto tridimensional en dos dimensiones, fue una transformación formidable. Con este proceso adquirimos la idea de espacio, que ha conformando el pensamiento europeo. Como señala el geógrafo Franco Farinelli, desde los inicios del conocimiento europeo, no hay otra manera de conocer las cosas que no sea través de su imagen. Difícilmente podemos ir más allá de su apariencia, de su representación
En el siglo XVII, empiezan a dibujarse sobre un plano clasificaciones y fenómenos. Los conocimientos cartográficos se combinan con las habilidades estadísticas. De esta manera surgen los mapas de datos, que ayudan a visualizar el conocimiento y lo transforman en ciencia. Un siglo más tarde, vinculada a la expansión colonial de los países europeos, se desarrolla la cartografía científica. Al mismo tiempo, en los salones franceses regidos por mujeres, aparecen las cartografías sobre sentimientos. Desde entonces, los mapas representan y hacen visibles todo tipo de territorios físicos, mentales y emocionales
Ya en el siglo XX, la representación del mundo cambió con los adelantos técnicos, como el avión y la fotografía, que permitieron reproducir la realidad con exactitud. Por otro lado, la comunicación inmaterial,-el telégrafo y el teléfono- produjo “la crisis del espacio”, que tan bien reflejó el cubismo.
Con Internet se anulan definitivamente los conceptos tradicionales de tiempo-espacio. El espacio contemporáneo es un espacio heterogéneo. Somos conscientes de que vivimos dentro de una red de relaciones y flujos materiales e inmateriales, pero todavía no tenemos un modelo que represente esa articulación invisible y en red. Vivimos en tensión entre lo que fuimos y podemos pensar y lo nuevo que no sabemos representar.